martes, 30 de agosto de 2016

Tríptico para sanar


Nissaki, 15 de diciembre de 2012
Amor mío,

Hoy ya hace un año que no hablamos, y sigo llamándote de la misma forma, como si no hubiera pasado el tiempo. No sé si esta carta tiene más de tonta o de triste, pero de algún modo tenía que contarte que lo he hecho. Me he marchado.
Hablamos tantas veces de Corfú que tu presencia me persigue desde que he llegado a la isla. Como si estuvieras, pero sin estar.
He encontrado trabajo en un pequeño hotel situado en la costa este donde también me alojo por el momento. Me gusta la sensación de no tener nada mío aquí, el desapego. El sueño sigue dándome esquinazo pero al menos cada día despierto frente a la costa de Albania y a los mil tonos de azul del mar Jónico. La brisa y la luz inundan la habitación venciendo poco a poco a las tinieblas.
A pesar de ser temporada baja veo familias británicas mezclándose con los locales, instaladas aquí como hace mucho hizo la tuya. Me resulta fácil imaginarte siendo niño al principio de aquellos veranos. Correteando entre los olivos infinitos que invaden el paisaje, con el pelo alborotado y el sol tostándote la piel, descubriendo a cada paso un nuevo escondite o un nuevo animalito salvaje, sin parar de reír.
Todo el mundo es muy amable y la isla, tal y como me aseguraste, cálida y acogedora. Un buen lugar para escapar, creo. Para desaparecer. Al fin y al cabo atrás no queda nada ya.
Así que aquí me quedaré, esperando a que el mundo por fin me olvide o quizá a que llegue el verano.

Siempre tuya,
Mar


Corfú, 15 de diciembre de 2013
Amor mío,

Dos años ya y sigo sin ganas de volver a casa. He decidido pasar de nuevo las Navidades aquí. Muy a pesar de mi familia, sola. Como siempre has dicho, la soledad es una moneda de dos caras. Incómoda cuando llega, una reconfortante aliada con el tiempo. Tenías razón.
Hace poco abandoné la pequeña habitación de la que te hablé y he alquilado un apartamento en la ciudad. Paseo y leo mucho en mis ratos libres y por fin he probado con Durell. Ahora veo lo que había de extraordinario en tu trabajo aunque fuera precisamente eso lo que te apartó de mí. Intuyo la magia de la que hablabas, la que existe en naturaleza y en todos los seres que la habitan. La que te hizo dar la vuelta al mundo y vivir mil peligros y aventuras. Ojalá lo hubiera comprendido antes, sé que te habría gustado y quizá, sólo quizá, ahora estarías conmigo.
Aunque cada día siento que la isla es un poco más mía y un poco menos tuya, todo es tal y como me lo describiste.
Vi despertar la vida en primavera, descontrolada y salvaje. A medida que las temperaturas ascendían, animales de todo tipo se apoderaban de la isla: las salamandras empezaron a invadir paredes y muros mientras todo el mundo intentaba ahuyentar a las avispas prendiendo fuego a montoncitos de café griego o lanzándose al mar. Casi sin darme cuenta había dado comienzo la temporada alta y la isla había sido invadida por los turistas.
Durante el verano me mantuve bastante ocupada trabajando en el hotel y en algún momento el cansancio me venció por fin. He dormido larguísimas siestas a la sombra de un olivo, con el murmullo del Jónico a lo lejos. Quizá la luz de esta isla verde me está haciendo algo por dentro, porque por primera vez desde que me dejaste, he podido respirar.
El cambio de ritmo y tonalidad ha llegado suavemente con el otoño, vaciando la isla para dejarla de nuevo en el estado de calma que le es natural y refrescando las noches. Me apetece pasar tiempo en mi nuevo hogar, escuchando la lluvia repiquetear en las ventanas y leer.
He llegado a comprender algo de tu fascinación por esta tierra desconocida tantas veces conquistada y únicamente quisiera poder compartirlo contigo. Daría cualquier cosa por escuchar tu voz aunque fuera un instante. Tengo tanto que contarte… Maldita sea, ¿por qué no puedes volver conmigo? ¿Por qué no estás aquí?
Estoy poniendo todo mi empeño en salir adelante, de verdad.
Tú decías que Corfú tenía la habilidad de sanar. Entonces ¿por qué sigo sintiendo el alma en carne viva?

Siempre tuya,
Mar



Madrid, 15 de diciembre de 2014
Amor mío,

Esta es mi despedida, la última vez que te llamo así y la última carta que te escribo.
He vuelto a casa junto a alguien a quien conocí en verano. Tu querido verano corfiota. Se llama Spiridon, como la mayoría de hombres de nuestra isla. Me hace feliz. Es carpintero o más bien artista. Cuida, talla y moldea la madera de olivo con manos milagrosas y  habla de la vida, de su oficio y del mundo con tanta pasión como la que tú volcabas en todo lo que hacías. 
Me recuerda a ti más veces de las que suelo admitir. Pero él no eres tú. Por eso debo dejarte ir.
En cierto modo reencontrarme con mi pasado ha sido como volver a ver a un antiguo amor con el que aún queda historia por escribir. Pasar tiempo con mi familia y recorrer Madrid con Spiridon me ha llenado de ternura y de fuerza. Tanto es así que hoy, tres años después de tu marcha, iré a verte.
Llevaré conmigo estas tres cartas invernales que no he podido enviar a ningún sitio. Las enterraré muy cerca de ti, para que se unan a esa naturaleza que tanto amaste y por la que viviste. Te diré adiós.
He pasado mucho tiempo atrapada en una maraña de recuerdos, convencida de que eran el regalo más precioso que me habías dejado.
Sin embargo lo más extraordinario que me diste ha resultado ser la clave para volver a vivir cuando tú desapareciste.
Me hablaste del único lugar capaz de lo imposible: curarme.

Hasta siempre.
Mar

 


 


 


No hay comentarios:

Publicar un comentario